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¿Adónde van los niños que fuimos una vez?
¿Se refugian en lugares olvidados del mundo a los que, por mucho que nos empeñemos, no podremos volver?
En este libro se habla de lugares así, pero también de una charca donde se esconden los amigos invisibles de los niños reales, de un acantilado donde un misterioso ser sigue conservando, como Peter Pan, su naturaleza de pájaro, de una isla habitada por bebés que se niegan a nacer por considerar humillante que sus madres tengan que cambiarles los pañales, de un bosque habitado por unos hombrecillos verdes que se confunden con la vegetación y que conocen el secreto de la felicidad. Gabriel, el protagonista de este libro, es un niño al que le encanta escuchar las historias que le cuenta su madre a la hora de acostarse. Una noche, el dragón de una de esas historias se presentará en sus sueños y lo llevará a conocer todos estos lugares.
El País de los Niños Perdidos nos enseña que no debemos mantener separado el mundo real del de la fantasía. La realidad necesita de la fantasía para volverse deseable; la fantasía de lo real para poderse compartir con las personas que amamos.